Cuando eres niño aprendes idiomas mejor, ¿pero a qué edad dejas de hacerlo fácilmente?
- 23 febrero, 2016
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Es un mito popular recurrente: cuanto más jóvenes somos, más facilidades para adoptar una lengua extranjera tendremos. La idea se repite de forma común entre miles de adultos españoles cuyos esfuerzos para aprender inglés han sido en vano, o demasiado altos para tan poca recompensa. Frente a ellos, las nuevas generaciones, educadas en películas subtituladas y clases de inglés intensivas, parecen tenerlo mucho más sencillo. Los jóvenes aprenden más rápido, también una segunda lengua. Pero no es exactamente así.
Hay varios motivos por los que creemos que ser jóvenes es un buen modo de aprender a dominar otro idioma. Por un lado, durante nuestra infancia y adolescencia dedicamos la plenitud de nuestro tiempo al aprendizaje, en términos genéricos: las obligaciones laborales o familiares son secundarias. Por otro, es cierto que nuestro joven cerebro es más receptivo a nuevos conocimientos y métodos de aprendizaje. Todo eso se manifiesta también a la hora de acometer la difícil tarea de dominar una segunda o tercera lengua. Somos más esponjas.
¿La pubertad como momento clave?
¿En qué momento dejamos de serlo? La afirmación de que existe una brecha en nuestro aprendizaje como niños y como adultos implica que, en algún punto de nuestra vida, nuestra habilidad para adquirir nuevos mecanismos comunicativos se detiene, o cambia de forma drástica. Ese punto de no retorno es lo que llevó a un grupo de investigadores liderados por Monika Schmid, de la Universidad de Essex, a realizar un estudio para averiguarlo. Sobre un grupo de trabajo de varias decenas de personas, Schmid y sus compañeros se valieron de recopilación estadística y estudios de la actividad del cerebro sobre varios grupos de edad.
Sus conclusiones fueron, efectivamente, que los jóvenes mostraron comparativamente mayores habilidades de dominio de la lengua extranjera. Schmid sometió a varios estímulos cognitivos a los participantes en el estudio: enfrentados todos ellos a construcciones gramaticales erróneas en alemán, los más jóvenes detectaban con mayor velocidad y capacidad el fallo, mientras que los más adultos o bien tendían a pasarlo por alto o bien tardaban más en percatarse de ello (los investigadores utilizaron electrocardiogramas).
EL «PUNTO CRÍTICO» PODRÍA ENCONTRARSE EN NUESTRA ADOLESCENCIA, AUNQUE OTROS ESTUDIOS SUGIEREN QUE ES TAN TEMPRANO COMO A LOS CINCO AÑOS DE EDAD
En total, el estudio enfrentó a 29 hablantes nativos de alemán con 66 no alemanes que lo habían aprendido como segunda lengua (polacos y rusos). Los primeros ejercieron de grupo de control. Entre los segundos, aquellos más mayores mostraban peores resultados. Según explica Schmid, el estudio sí comprobó que existe un deterioro gradual conforme pasan los años, pero no fue capaz de encontrar «un punto crítico» a partir del cual el aprendizaje de una segunda lengua permitiera acercarse a las habilidades de un hablante nativo. Todo parece apuntar hacia la pubertad, pero el proceso es mucho más paulatino.
Sigue sin estar claro. No en vano, otros estudios datan la edad en la que dejamos de aprender de forma sencilla una segunda lengua a los cinco años. Como la propia Schmid reconoce, ninguno de sus participantes tenía menos de siete años, por lo que, en ese caso, el punto crítico habría pasado por debajo de sus investigaciones.
En clase: los más mayores lo hacen mejor
Sin embargo, es importante conocer el contexto en el que se maneja cada alumno. Otros estudios dedicados específicamente a la cuestión han observado que la edad es importante, pero también el entorno en el que el aprendizaje del nuevo idioma se lleva a cabo. Así, un estudiante de más edad puede llegar a tener, eventualmente, mayores facilidades (y mejor desarrollo y resultado) aprendiendo un idioma extranjero que uno joven. Son las conclusiones a las que llegaronFlorence Myles y su equipo, de la Universidad de Essex.
Al parecer, las horas de aprendizaje en la escuela resultan determinantes. Su trabajo se fijó en diversos alumnos del mundo. En Japón, por ejemplo, donde el aprendizaje de otro idioma ocupa largas horas a la semana (entre 6 y 8 de un total de 44), los alumnos más jóvenes mostraron resultados ligeramente superiores a los más mayores (adolescentes frente a niños). Pero en otros países donde el grado de horas destinadas a los idiomas no nativos era menor, la situación era la contraria: los alumnos en su pubertad (o por encima de ella) adquirían mejores habilidades y fundamentos que los más infantes.
A MENOS HORAS DE ESTUDIO, LOS ALUMNOS DE MAYOR EDAD MOSTRARON MEJORES RESULTADOS EN EL APRENDIZAJE DE UN NUEVO IDIOMA
Myles centró su trabajo en Reino Unido, donde sólo hasta hace poco el estudio de un idioma extranjero comenzó a ser materia evaluable. Con tan sólo una hora a la semana, los alumnos más mayores lo hacían mejor. ¿Por qué? Pese a que los más pequeños mostraban mayor entusiasmo a la hora de aprender un nuevo modo de comunicarse (un elemento que explica parte de su mayor facilidad), no disponían de los recursos educativos y de aprendizaje suficientes para hacerlo con tan pocas horas a la semana. Necesitan más tiempo para interactuar y absorber los fundamentos del idioma. Los mayores, sin embargo, no.
Al estar más desarrollados, estaban más capacitados. Para que la máxima de más joven = más fácil funcione, se necesitan más horas.
No es oro todo lo que reluce
Los factores que explican qué personas terminan dominando una lengua y qué personas encuentran más dificultades son muy variados. Para el caso de los inmigrantes, por ejemplo, hay trabajos que indican que las personas adultas aprenden con más rapidez la lengua del país al que llegan que sus hijos. Pero, por otro lado, son estos los que a largo plazo desarrollan un mayor dominio del idioma que reciben, el cual terminan controlando de forma nativa y de forma casi indistinguible del resto de sus compañeros de generación.
En ese sentido, el aprendizaje simultáneo de dos o más lenguas tiene ciertas desventajas. Este estudio realizado por Joanna Clifton-Sprigg de la Universidad de Bath muestra cómo aquellos niños cuyos padres le educan en dos lenguas distintas ofrecen peores resultados (especialmente en lo tocante a vocabulario) en las primeras pruebas lingüísticas de la escuela. El retraso respecto a los hijos de parejas monolingües dura poco y, tarde o temprano, llegan al mismo nivel. No sucede lo mismo con aquellos hijos de inmigrantes, que tardan mucho más (incluyendo factores socio-económicos) en mejorar su rendimiento.
La línea, por tanto, es difusa, y no hay un momento claro en el cual dejemos de aprender bien. En el fondo, nunca es tarde, y nuestra velocidad y ritmo de aprendizaje viene determinado por otros factores, como se ha visto.